Alabado y glorificado sea Dios por concedernos tanta gracia, amor y gracia que se ha desbordado en esta Navidad, en cada Navidad, en el misterio del nacimiento de su Hijo, el Niño Jesús, nuestro Salvador, nacido de María la Virgen Madre. Dios padre, ha querido que sus hijos vivamos en este mundo en paz, el Niño Dios, el Emmanuel, nos ha traído y donado esa paz. Paz que es don y tarea para toda la humanidad entera. Los creyentes somos los primeros testigos en experimentar la alegría y el gozo del don de la paz. Dios anhela con amor y ternura que todos, sin excluir a nadie, sintamos y vivamos esa paz.
Sin embargo, constatamos dolorosamente que nuestro mundo actual se siente herido y divido por conflictos e injusticias de todo tipo y naturaleza, de un modo particular por conflictos y guerras bélicas. Por otra parte, podemos advertir por la cultura actual, que una buena parte de los seres humanos, viven carentes y/o alejados de una espiritualidad trascendente, por lo tanto, viven aspirando conseguir solamente bienes materiales y logros humanos. Los bienes que llenan y alegran el corazón y el espíritu, el anhelo y sueño de nuestro Dios padre, parece que sigue haciéndose esperar.
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