Mensaje final del Congreso Internacional de formadores, Roma 7-11 de abril
Bienaventurados vosotros, formadores y formadoras
Al finalizar este Congreso la experiencia y la reflexión que juntos hemos vivido en profunda e intensa participación, nos piden que acerquemos la Palabra a nuestra vida de consagrados y consagradas, a nuestras comunidades y fraternidades, a nuestros Institutos, a nuestras culturas y tierras de procedencia, a nuestro servicio en la Iglesia y en el mundo.
(Mt 5, 1-10)
Viendo la muchedumbre, Jesús subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Felices vosotros que, al sentiros pobres ante la sublime tarea de formar a Cristo en los corazones, confiáis en la acción del Espíritu Santo que muestra a Jesús como “el más bello de los hombre”. Es el Espíritu quien suscita el deseo de conformarnos con Cristo en la profundidad del corazón, es el Espíritu quien infunde los sentimientos del Hijo y hace nacer en nosotros sus emociones, sus afectos, su sensibilidad; es el Espíritu quien enciende la pasión del anuncio para que en nuestro tiempo sea visible la forma de vida del Hijo de Dios. Cuando esto acontece, el Evangelio se revela de una manera nueva y el Reino de Dios está en medio de nosotros.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Felices vosotros si sabéis esperar con paciencia los tiempos de maduración de la buena semilla plantada con constancia y confianza, sin imponer nada con la fuerza o la astucia, sin pretender ser los que cosechan.
Felices los formadores-sembradores que siguen sembrando, pase lo que pase, en cada momento, en cada corazón sabiendo que la semilla tiene su propia fuerza y eficacia. Felices vosotros si actuáis sin ejercer ninguna violencia, sutil y escondida, ni siquiera para obtener el bien, porque Dios os dará la tierra prometida de los corazones.
Felices los formadores que con su mansedumbre recuerdan a quienes están en formación que lo único realmente necesario es llegar a ser vasija de barro en la que otros puedan beber a pequeños sorbos el cielo.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Felices vosotros si sabéis compartir con los formandos el esfuerzo de la conversión, de la dificultad en dejarlo todo para seguir a Cristo, de la respuesta generosa.
Felices vosotros, formadores y formadoras, si sabéis acoger en vuestro corazón los sufrimientos de los jóvenes, si los miráis con empatía, sin reservas, permitiéndoles que descarguen parte del peso de su vida en vuestro corazón y si vosotros lo acogéis con la ternura y la misericordia del Padre.
Felices los formadores que lloran por las decepciones y los fracasos que inevitablemente encontrarán. Tened la certeza de que recibiréis el consuelo del Señor, capaz de secar toda lágrima y de hacer fecundo vuestro servicio.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Felices vosotros si lleváis en el corazón el intenso deseo de ver implantada en el mundo la justicia de Dios, su pasión por la vida y la fraternidad. Y si buscáis el proyecto de Dios en cada persona vocacionada, aún a costa de no ser comprendidos, sin imponer los puntos de vista personales o los intereses del Instituto, para que cada uno sea él mismo según el sueño de Dios.
Felices vosotros si hacéis esto porque la verdad os dará la libertad de pedir un compromiso total a cada joven que se os ha confiado, de persuadir y de ser creíbles sin manipular, sin forzar. Y el Padre acogerá los anhelos santos de vuestro corazón.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Felices los formadores y las formadoras si habéis encontrado al Dios rico en ternura dejando que su misericordia plasme en vosotros un corazón de carne, compasivo, capaz de descubrir el fuego bajo las cenizas en quien parece haber perdido toda esperanza. Si sabéis reavivar la llama que parece apagarse enseñaréis los caminos para bajar hacia las muchas tierras de dolor que hoy existen, y ser así consolación de Dios.
Seréis testigos del Dios que escucha el clamor del pobre, que ve las miserias humanas y se inclina con misericordia. Los jóvenes que están con vosotros os seguirán.
Feliz la comunidad de formación, pequeña «Iglesia en salida», «de puertas abiertas», fraternidad donde el joven/la joven “se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, acorta distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (Francisco, Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Japón en visita ad limina Apostolorum, 20 marzo 2015).
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Felices vosotros si tenéis un corazón recto y sincero, una vida sin hipocresía y una mirada limpia. La formación a la vida consagrada es camino de purificación del corazón para que entre en el misterio del eterno Amante.
Guiad a los jóvenes, con un compromiso constante, para que vivan la comunión con El sin doblez, para que gusten de su intimidad y de sus cosas (cf. Lc 2, 49).
Feliz el formador que transmite al joven la belleza de Dios y la certeza de que sólo el Eterno puede colmar la sed de amor del corazón humano.
Feliz el formador enamorado de Dios y apasionado por el hombre, que sabe comunicar al mismo tiempo la belleza de amar a Dios con un corazón totalmente humano y de amar a la persona con un corazón que está aprendiendo a querer según Dios.
Felices vosotros formadores si sabéis ver a los jóvenes con los ojos de Dios y si sabéis ver a Dios en su corazón.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Felices vosotros los formadores, hombres y mujeres en paz consigo mismos, si sois sensibles a la inmensa necesidad de paz en un mundo dividido y si sabéis construir la paz en el corazón del otro y en las relaciones.
Felices aquellos que educan para la paz y la unidad interior como fundamento de toda fraternidad. Felices vosotros si sabéis formar para la fraternidad ordenada y la convivencia de las diferencias, en la variedad de las culturas: allí habita el Señor.
Junto con vuestros jóvenes seréis hijos de Dios y seréis capaces de desarmar los corazones de cualquier agresividad, como una terapia de bondad y de bendición para todos.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Felices vosotros cuando os persigan por testimoniar al Señor Jesús, alegría de vuestros ojos, delicia de vuestros corazones.
Felices vosotros, formadores de países donde los cristianos son perseguidos: estáis viviendo en vuestra carne el misterio pascual. Felices vosotros que dais fruto como el grano de trigo.
Toda la Iglesia en vosotros y con vosotros sufre, alimenta la esperanza, invoca la paz y anuncia el reino de los cielos.
Del Congreso a la Vida: algunas prioridades
Como orientación de este Dicasterio, acoged ahora algunas prioridades pedagógico- espirituales para vuestro servicio como formadores.
1. Sed formadores felices, contentos de poder prestar este servicio. Y mostrad vuestra alegría, para transmitirla a los jóvenes.
2. Prestad atención a la formación del corazón, no solo del comportamiento, recordando que “cor ad cor loquitur”. Es la pasión por Jesús que os hace formadores
3. No presumáis de vosotros mismos, cuidad vuestra formación continua, estad dispuestos a aprender cada día el arte de formar los corazones: aprended de Jesús y de su pedagogía, pero también de los jóvenes que están con vosotros, de vuestros errores, de la vida.
4. No olvidéis que es el Padre quien forma en cada joven la personalidad del Hijo por el poder del Espíritu: vosotros sois mediadores de esta acción trinitaria.
5. Sed formadores a tiempo pleno, dando lo mejor de vosotros mismos. Es el Señor quien os confía a los jóvenes que acompañáis como una realidad preciosa a sus ojos y que tal tiene que llegar a ser a los vuestros.
6. Tened un corazón grande para acoger a cuantos el Padre os confía de todas partes de la tierra. Valorad cada persona para que la comunidad sea expresión de la única fe y del mismo carisma en la variedad de las culturas y de la riqueza de cada uno.
7. Formad a jóvenes con un corazón enamorado de Dios y apasionado por el hombre, “ciudadanos del mundo” en diálogo con cada cultura; jóvenes llenos de misericordia hacia “los sin dignidad” que aprenden a buscar a Dios en las periferias de la existencia, jóvenes libres para dejarse formar por la vida durante toda su vida.
8. No pretendáis de ellos nada que no hayáis vivido y viváis vosotros mismos. Sin imponer cargas imposibles y motivando siempre lo que pedís con la ley de la libertad de los hijos de Dios, la ley del amor.
9. Dedicad vuestro tiempo a encuentros regulares con el grupo y sobre todo con cada uno personalmente. La relación interpersonal entre formador y formando es la herramienta por excelencia de la acción educativa.
10. El equipo de formación, especialmente en las comunidades educativas numerosas, exprese las diversas competencias pedagógicas en el respeto de cada rol específico, en el compartir el mismo modelo formativo y en la convergencia hacia el bien de los jóvenes. La formación de los formadores es una responsabilidad clara e ineludible de los superiores hacia vosotros, como promotores de una auténtica cultura de la formación continua.
11. No tengáis miedo de acompañar al joven a que descubra quién es y su propia verdad, con sus debilidades; tratad de que el joven sienta vuestra cercanía como sacramento del amor del Padre que sana y perdona. De manera especial, haced que perciban vuestra cercanía aquellos que por motivos diversos abandonan el camino formativo.
12. Y sobre todo, no tengáis miedo de acompañar a los jóvenes por el camino de la Pascua de Jesús. A esto debe apuntar todo camino formativo, en compañía de María, Discípula y Madre a los pies de la cruz.
Queridos formadores, queridas formadoras, la Iglesia os quiere, os aprecia y reza por vosotros. Sin vuestro servicio la vida consagrada no podría existir o tendría un futuro incierto. Sin vuestra paciencia y vuestro discernimiento el pueblo de Dios correría el riesgo de no ver aquella senda luminosa capaz de hacer brillar, en un mundo que pasa, el mundo definitivo transfigurado por las Bienaventuranzas.
Roma, 11 de abril de 2015
João Braz Card. de Aviz
Prefecto
José Rodríguez Carballo, O.F.M.
Arzobispo Secretario